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Tribuna de La Habana

Las hazañas de Dulce María Loynaz Muñoz

La poetisa cubana Dulce María Loynaz, recibió un día como hoy de 1993 de manos del Rey de España, en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares, el Premio Miguel de Cervantes y Saavedra, correspondiente al año 1992.

Este es el máximo galardón que otorga el Ministerio de Cultura de España a la labor creadora de escritores españoles e hispanoamericanos cuya obra haya contribuido a enriquecer de forma notable el patrimonio literario en lengua española.

Los candidatos a este lauro son propuestos por el pleno de la Real Academia Española, por las Academias de la Lengua de los países de habla hispana y por los ganadores en pasadas ediciones.

El verdadero nombre de Dulce María era María Mercedes Loynaz y Muñoz (La Habana, 1902-1997); fue escritora, poeta, y periodista; en 1927 se graduó de abogada en la Universidad de La Habana y ejerció como tal durante muchos años, hasta 1961.

Desde el momento en que se gradúa de Derecho, incrementa su producción literaria, aunque ya en 1926 había sido incluida en la antología La poesía moderna en Cuba (1882-1925) realizada por Félix Lizaso y José Antonio Fernández de Castro.

En 1927 escribe Bestiarium y al año siguiente Versos. En 1929, viaja a Egipto, y visita la famosa tumba del joven faraón, momento en que se inspira para la escritura de uno de sus poemas más conocidos, leídos y declamados: «Carta de Amor al Rey Tut-Ank-Amen».

Recibió el Premio Nacional de Literatura en el año 1987, atendiendo a los extraordinarios valores de su obra literaria, en la que destacan sus notables volúmenes, Juegos de agua, Jardín, Un verano en Tenerife, y Fe de vida, sus memorias, entre otros; es considerada la más grande escritora cubana del siglo pasado.

Jardín, quizás la más celebrada de sus obras, comenzó a escribirla en 1928; demoró siete años en concluirla y no fue publicada hasta 1951; por los elementos estilísticos utilizados por la autora, se cataloga como precursora de la actual novelística hispanoamericana.

Dulce María Loynaz, fue nombrada en 1959 miembro de número de la Academia Cubana de la Lengua y en 1968 es electa miembro correspondiente de la Real Academia Española de la Lengua; dos años después la propia institución, atendiendo a sus conocimientos lingüísticos y literarios, la nombra como individuo suyo en la clase correspondiente hispanoamericana en Cuba, autorizado por el sello mayor de la Academia.

En el año 1988 es designada Presidenta honoraria de la Academia Cubana de la Lengua, como resultado de su ingente trabajo en aras del idioma español, su cuidado y desarrollo, hasta que en 1995, atendiendo a su delicado estado de salud se despide oficialmente de esta prestigiosa institución, de la que es nombrada en ese momento Presidenta Honoraria y Perpetua.

La poetisa, hija mayor del general del Ejército Libertador Enrique Loynaz y del Castillo, se convirtió para muchos en un mito por el enclaustro en que vivió muchos años de su vida; antes de recibir el Premio Cervantes, había sido nominada al mismo en dos oportunidades por la Real Academia de la Lengua Española.

Entre los valores de su obra, que sustentaron especialmente este lauro, se resaltaron la maestría en el manejo del castellano, decantación del lenguaje, poder de síntesis, claridad, sencillez y sobriedad en la expresión lírica.

El Premio Cervantes, que, en opinión generalizada, la reinstaló en la posición encumbrada que mereció siempre en las letras hispanoamericanas, estuvo precedido de otros notables reconocimientos como el Premio de Periodismo Isabel la Católica, obtenido en 1991 por el conjunto de artículos sobre este personaje titulado «El último rosario de una reina», publicados en el diario español ABC.

Dulce María Loynaz, ocupó el escaño 18, en la nómina de los merecedores del Premio Cervantes, que desde 1976 se entrega cada año y es el más importante en Lengua Castellana; fue la segunda mujer y la primera latinoamericana en recibirlo. También fue la segunda cubana, porque antes lo había conquistado Alejo Carpentier en el año 1977.

Paradójicamente, una mujer que no fue muy dada a la risa, y sí a la introspección y la melancolía, escogió como discurso de recibimiento del lauro la capacidad de El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha, para hacer reír en circunstancias adversas y pese a su antigüedad, pero no renunció a la posibilidad de ironizar y echar una mirada aguda a su presente.

La poetisa decidió que el escritor, periodista y diplomático cubano Lisandro Otero (La Habana, 1932-2008), Premio Nacional de Literatura de Cuba 2002, diera lectura a su alocución que comenzaba revelando: «Constituye para mí el más alto honor a que pudiera aspirar en lo que me queda de vida el que hoy me confieren ustedes uniendo mi nombre, de algún modo, al del autor del libro inmortal».

Más adelante también comentaba: «La hazaña de Don Quijote es que sigue haciendo reír…y ha unido con el humor a hombres de varios siglos… La risa es una sustancia casi volátil, quiero decir difícil de conservar… es importante resaltar la faceta humorística del Quijote, porque conservar fresco ese elemento volátil en palabras escritas hace siglos creo que constituye una verdadera hazaña».

Hazaña fue también la que logró esta poetisa, que nunca olvidó su herencia mambisa y heroica, y jamás renunció a su compromiso con la cultura cubana que tanto le debe.

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María Mercedes Loynaz Muñoz


poetisa, doctor en derecho civil

Su padre, Enrique Loynaz del Castillo, general del Ejército Libertador, de cuya pluma brotó la letra del Himno Invasor; la madre, aficionada al canto, la pintura y el piano, combinación que despertó en Dulce María Loynaz un amor desmedido por la poesía. Nunca asistió a una escuela pues joven estudió bajo tutores selectos sin tener que salir de su hogar hasta pasar a la Universidad de la Habana donde obtuvo en 1927, el título de Doctor en Leyes.