Cuando el prestigioso intelectual Miguel Barnet asevera que no cualquiera es una gloria de Cuba como Beatriz Márquez, alaba, por medio de esta justa evocación, a quien ha recreado para su pueblo el enramado de una prodigiosa obra como intérprete.

No por gusto, ha sido bautizada como la Musicalísima, en plena consonancia con la efervescencia de sus incontables éxitos musicales. Sin embargo, todo gran artista cuenta en su haber con un extra debajo de la manga para sorprendernos y, en tal sentido, el sello de la Egrem ha hecho posible que, con el CD Beatriz Inédita, disfrutemos de un racimo de canciones grabadas por la diva entre 1978 y 1993, en los estudios de dicha casa discográfica, pero que hasta ahora no habían sido recopiladas en un fonograma.

Obviamente, el disco nos enfrenta a canciones de añeja data, pero para nada piensen que se trata de la visita a un museo de antigüedades, pues no olvidemos con qué personalidad se ha contado para hacer esta propuesta.

Si para relevantes figuras de la cultura universal, la música es la arquitectura de los sonidos, entonces llegamos a la conclusión de que el arte de Beatriz Márquez viene a ser como la pared de carga que sostiene al edificio de sus canciones. No importa que solo algunas de las piezas que conforman el disco en cuestión se hayan divulgado en su momento por la radio, como sucedió con su acercamiento al Te conozco, de Silvio Rodríguez, o la versión de 1978 de Este amor que se muere, de Juan Formell.

Tampoco nos debe preocupar que encontremos canciones de otros renombrados compositores, como Juan Almeida en Esta noche no voy, y José Valladares con Usted no sabe lo que quiere, obras que apenas nos resultan familiares.

Sencillamente, cuando se escuchan en la voz de Beatriz, confirmamos una vez más que, si son los autores quienes traen a la vida tales composiciones, ella consigue, como pocos, que las sintamos agigantarse, cual canciones entre nuestras almas.

Cuando el Apóstol José Martí nos concede la certeza poética de que «los elementos de una estrella enfriada están en un grano de trigo», entonces, para Beatriz, su búsqueda de la verdad aparece abrigada por el don de entregarnos maravillas en el acto de cantar.