José
Jordán
Rodríguez

José Jordán
Nacimiento:  
4
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2
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1920
Fallecimiento:  
3
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6
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2008

El Dr. José Jordan fue un destacado pediatra y experto de renombre mundial en las áreas de nutrición, crecimiento y desarrollo. Dirigió con éxito el Estudio Nacional de Crecimiento de Niños en Cuba, por el cual recibió un premio en los años setenta.

El Dr. Jordan fue fundador de las salas de gastroenteritis y de infecciones respiratorias agudas para la atención especializada de niños pequeños con tales afecciones en hospitales en Cuba. Igualmente desarrolló protocolos de hidratación intravenosa para el tratamiento de las gastroenteritis. Fue promotor del uso de la fotometría de llama en el monitoreo de la reposición electrolítica, solución con una composición química muy similar a la que recomendó y fue adoptada por el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) para el tratamiento de casos similares.

Fue autor de libros, y contribuyó con más de 20 capítulos para libros de texto publicados en todo el mundo. Escribió más de 150 artículos de nutrición que han aparecido en importantes revistas internacionales científicas y médicas. Fue merecedor de numerosos premios y distinciones en todo el mundo.

En 1998 el Dr. Jordan Rodríguez recibió la distinción de Académico en Mérito de la Academia de Ciencias de Cuba. Ejerció la medicina pediátrica desde 1944 y hasta su últimos años de existencia ejerció la docencia y práctica en pediatría.

Jordán escribió en su autobiografía: Este breve relato de mis experiencias en el campo de la salud pública comenzará con mi nacimiento en Pinar del Río, a unos 180 kilómetros de La Habana, capital cubana.

Mi padre, graduado como médico en 1913 y primer pediatra que ejerció en la ciudad y provincia, supo cuidar de mi salud y prepararme bien para la vida. Cuando cumplí 9 años, me puso a recibir clases de inglés con el mejor profesor de esa ciudad, y a los 11 años aprendí mecanografía y taquigrafía, aptitudes que después me resultaron muy útiles en todos mis estudios. Siempre quise ser médico. A los 18 años comencé la carrera de medicina, en la que posteriormente me dediqué a la pediatría.

Mis buenas calificaciones me permitieron obtener en 1941 una plaza de interno en el Hospital Universitario Calixto García, en La Habana, a la que solo podían aspirar los 12 alumnos de medicina con los mejores expedientes. Al mismo tiempo, comencé a asistir al Hospital Municipal de Infancia de La Habana, a apenas cien metros de distancia del Hospital Universitario.

Por esa época, durante la Segunda Guerra Mundial, ya existían algunas sulfas y pronto aparecieron la penicilina, la estreptomicina y otros antibióticos. Tuve entonces la oportunidad, junto con otros compañeros, de salvar la vida de muchos niños pequeños que antes morían de meningoencefalitis y otras enfermedades infecciosas previamente incurables.

A finales de 1944 me gradué de médico y de inmediato ingresé en la cátedra de Pediatría, junto con tres compañeros, como médico auxiliar sin remuneración. El Profesor Jefe nos indicó que uno de nosotros debía ocuparse de las clases de nutrición y alimentación infantiles, en particular del lactante, tarea que asumí de modo voluntario. A partir de entonces fui el encargado de dictar las clases en esa materia durante mis pasantías clínicas por las salas del Hospital de Infancia.

Desempeñé esas funciones tres años, al cabo de los cuales publiqué mi primer libro, Lecciones de nutrición y dietética en la infancia, que más tarde fue adoptado como texto oficial de la cátedra de nutrición pediátrica. Mientras tanto, continuaba prestando asistencia clínica a niños en una de las salas de lactantes del Hospital Infantil.

Empecé, desde entonces, a preocuparme por las causas principales de mortalidad dentro del hospital. Las salas estaban divididas de acuerdo con la edad de los niños y en las salas de lactantes había cubículos con dos cunas. Advertí que en un cubículo colocaban a un niño con gastroenteritis aguda y en la cuna adyacente a un recién nacido que solo estaba en observación, sin que tuviera ninguna enfermedad contagiosa. La misma persona cuidaba de los dos niños sin ninguna precaución de limpieza, con el resultado de que el pequeño sano contraía gastroenteritis y moría deshidratado y con desequilibrio electrolítico. Esto me llevó a fundar, a mitad de los años cincuenta, las llamadas Salas de Gastroenteritis, donde había un lavamanos entre las dos camitas. Pronto la mortalidad intrahospitalaria descendió notablemente y esta buena experiencia me condujo también a fundar las Salas de Infecciones Respiratorias Agudas, también con excelentes resultados.

Para los casos de gastroenteritis establecí el uso de la hidratación intravenosa junto con el del fotómetro de llama para el diagnóstico y manejo adecuado de la hidratación parenteral, prestando atención a la cantidad adecuada de sodio, cloro y potasio. Esos trabajos fueron presentados en la Ross Pediatric Conference que tuvo lugar en La Habana por esa época. La solución electrolítica que yo creé era muy similar a la que recomendó después el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF).

Mi primera relación con la Organización Panamericana de la Salud (OPS) tuvo lugar en 1947, cuando, después de terminada la Segunda Guerra Mundial, visité su Sede en Washington, D.C., para asistir a una reunión. Entonces iba yo de paso a New York para participar en el Quinto Congreso Internacional de Pediatría celebrado a mediados de julio en el Hotel Waldorf Astoria, donde conocí al Profesor L. E. Holt.

En octubre de 1957 ingresé a la Academia Estadounidense de Pediatría. En Cuba, la mortalidad infantil en esa época ascendía en los registros estadísticos a 60 por 1 000 nacidos vivos, pero no cabe duda de que en la realidad era mucho más elevada. En los años sesenta, cuando visité las zonas rurales del país, vi las tumbas de niños en el campo y me impresionaron en particular las de la costa sur de la provincia de Oriente. Debido a la falta de comunicación con la ciudad más cercana, que se situaba a unos 80 kilómetros y a la que no había acceso por carretera, se llevaba a los enfermos a la costa sur con la esperanza de que desde allí alguna embarcación los condujera a la ciudad de Santiago, que era la única cercana. No es de dudar que en esas circunstancias se producía un gran subregistro de la mortalidad infantil.

Antes de los cambios políticos que tuvieron lugar en Cuba en 1959, la mortalidad infantil y el cuidado de la salud no eran prioridades gubernamentales. La situación cambió posteriormente.

Antes de 1962, la única Escuela de Medicina en el país se situaba en La Habana, pero ese año se fundó otra en la provincia de Oriente, precisamente en Santiago de Cuba. Yo asistí a la inauguración y recorrí en esa ocasión la costa sur de la provincia por una carretera que enlazaba a cuatro hospitales rurales recién edificados. Cuando fui a visitarlos, advertí la presencia de las tumbas en la costa sur de esa provincia.

En 1965 tuvo lugar el primer curso de Pediatría en la nueva Facultad de Medicina y fui el profesor seleccionado para impartirlo por un período de seis meses. En 1966 desempeñé la misma tarea en el Hospital Finlay de La Habana, y en 1968 regresé a la provincia de Oriente para impartir otro curso de pediatría en el norte, en la ciudad de Holguín. En todas partes luché por establecer medidas para disminuir las principales causas de mortalidad en los niños, y mis ideas siempre fueron tomadas en consideración.

El año 1966 marcó el inicio de mi preocupación por la mortalidad, morbilidad y secuelas producidas por los mal llamados “accidentes” en los niños. Realicé y publiqué varios trabajos de investigación sobre sus causas. Posteriormente fui nombrado Miembro del Panel de Expertos en Prevención de Accidentes de la OMS y de la Asociación Internacional de Pediatría.

Llegado 1969 y habiéndose establecido ya un buen registro nacional, la tasa de mortalidad infantil había bajado a 46,7 por 1 000 nacidos vivos. El Ministro de Salud Pública de Cuba convocó una reunión a finales de 1969 para sentar la meta de reducir esa tasa un 50 % adicional durante la siguiente década (1970-1980), cosa que se logró antes del final del plazo, en 1977, con una reducción de la tasa a 22,9 por 1 000 nacidos vivos. Durante la reunión yo señalé que al lograrse la meta se salvaría la vida de muchos niños por cuya salud, crecimiento y desarrollo tendríamos que velar, lo cual implicaba realizar cuanto antes un estudio nacional encaminado a explorar la situación de salud infantil. De ahí que de enero a mayo de 1970 se me enviara a Londres, Inglaterra, para diseñar el estudio, que se realizó entre 1972 y 1974 con la ayuda del profesor James M. Tanner.

En el estudio, que en total contó con una muestra aleatoria de 52 000 niños y adolescentes de 0 a 20 años de edad procedentes de todo el país, se tomaron 18 mediciones antropométricas y se examinó el desarrollo sexual de los participantes. A 10 % de los integrantes de la muestra se les tomó una radiografía de la mano para determinar su desarrollo óseo. Los resultados fueron presentados en varios trabajos científicos publicados en dos libros uno de ellos editado en Cuba y el otro en España, así como en revistas científicas nacionales e internacionales.

En 1978 el Consejo Científico del Ministerio de Salud Pública de Cuba le otorgó un premio a la mejor investigación. Este trabajo, como señalaran el profesor Frank Falkner y el propio profesor Tanner, se consideró el más completo hasta esa fecha, lo cual contribuyó a que también se le otorgaran el premio Paterson en Vancouver, Columbia Británica, Canadá, en 1978 y el Premio Mundial de la Salud, de la OMS, en Ginebra, Suiza, en 1987.

He sido Consultor en Crecimiento y Desarrollo de la OPS durante muchos años y Miembro del Comité II/5 de la International Union of Nutritional Sciences. He presentado 154 trabajos científicos en eventos nacionales y 156 en eventos internacionales.

En 2001 participé en el Congreso Nacional de Pediatría, donde presenté un trabajo sobre la historia de esa disciplina en Cuba. He sido autor de tres libros conocidos mundialmente y de dos de difusión nacional, así como de 15 capítulos en libros extranjeros (OMS, OPS, UNICEF, etc.). También he publicado 79 trabajos en revistas internacionales y 76 en revistas nacionales.

He sido invitado a participar activamente y a dictar cursos y conferencias en 72 ciudades y 34 países en América del Norte (Canadá, Estados Unidos y México), América Central (Costa Rica, Guatemala y Panamá), América del Sur (Argentina, Brasil, Bolivia, Colombia, Ecuador, Paraguay, Perú, República Dominicana, Uruguay y Venezuela), Europa (Alemania, Austria, Bélgica, Bulgaria, Checoslovaquia, España, Francia, Hungría, Italia, Polonia, Reino Unido, Suiza, URSS), Asia (Filipinas y Japón) y África (Egipto y Etiopía). La mayoría de las veces he asistido en calidad de Asesor Temporero o Consultor de la OPS o el UNICEF.

En 1995 recibí en el Cairo, Egipto, el Premio Mundial de la Asociación Internacional de Pediatría, y en 1993 se me otorgó el Premio Christopherson de la Academia Estadounidense de Pediatría, en Washington, D.C.

He sido nombrado Miembro de Honor de muchas sociedades de pediatría en América Latina: Brasil, México, Paraguay y Perú y Profesor Honoris Causa de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, República Dominicana. En mi país he recibido 22 distinciones nacionales, entre ellas la Orden Nacional Carlos J. Finlay, otra en ocasión del 250° aniversario de la Universidad de La Habana, la Medalla de 50 años de Servicio a la Salud y muchas más.

A finales de 2001, la Academia Estadounidense de Pediatría me tomó el video Watch them grow: A retrospective of a Cuban pediatrician por mi dedicación a esta especialidad.

De todos los obsequios, ninguno mejor hasta la fecha que el haber logrado que la mortalidad infantil en Cuba bajara en 2001 a 6,2 por 1 000 nacidos vivos, tasa similar a la de Canadá y ligeramente inferior a la de Estados Unidos. Cuba sigue figurando entre los países del mundo con la tasa más baja de mortalidad infantil.

Actualmente los niños cubanos reciben vacunas contra las siguientes enfermedades infecciosas de la infancia: tuberculosis, poliomielitis, fiebre tifoidea, difteria, tétanos, tos ferina, parotiditis, sarampión, rubéola, infecciones meningocócicas, infección por Haemophilus influenza tipo b y hepatis B. Estas afecciones han sido erradicadas, salvándose con ello 18 500 vidas de menores de un año y previniéndose 2 000 casos infantiles de ceguera, 2 000 de sordera, 1 800 de cardiopatías graves, 10 000 de parálisis por poliomielitis y un total de 650 000 de enfermedades transmisibles.

Gracias a ello, se calcula que dos millones y medio de niños no han faltado a la escuela por enfermedades.

Cuba continúa luchando contra los accidentes con la consigna señalada por mí en el trabajo diseñado para UNICEF en Para la vida (Facts for Life), donde se señala que “Cuidado comienza con C”, puesto que los accidentes en los niños pueden ocurrir en la Ciudad, el Campo y la Costa. En la ciudad pueden presentarse en la Casa, la Calle, el Colegio y el Círculo Infantil (guardería). En la casa hay peligro en el Cuarto, donde están la Cuna, la Cama de los padres, la Coqueta, la Cómoda. De allí sale el niño por el Corredor y puede ir a la Cocina (muy peligrosa) o al Comedor. En el patio de la casa hay peligro en la Cisterna si no tiene tapa. Después el niño puede salir a la Calle, donde son peligrosos los Ciclos, los Carros, los Camiones, los “Camellos” (ómnibus de doble espacio) y las “Cuarentiñas” (ómnibus con pasaje a cuarenta centavos).

En el Colegio habrá otros peligros, al igual que en el Círculo Infantil (guardería), pero ya la responsabilidad no es de la familia, sino de personal entrenado para evitar accidentes. De la Ciudad pasamos al Campo utilizando la Carretera. En el campo hay que tener cuidado con los Caballos y las Carretas. Del campo podemos llegar a la Costa y allí el peligro está en las Canoas y las Caídas al agua.

En ocasiones he señalado que los pediatras somos “los médicos de los niños, los psicólogos de los padres y […] los psiquiatras de los abuelos”. En fin, por la memoria de mi padre me satisfacen profundamente los resultados que nuestro país ha conseguido en el ámbito de la salud durante el siglo XX. Mi padre ejerció su profesión desde 1913 hasta 1956, cuando se jubiló (43 años en total), y yo la he ejercido desde 1945 hasta el presente (60 años).