Amelia
Peláez
del Casal

Amelia Peláez del Casal
Foto
Juventud Rebelde
Amelia
Nacimiento:  
5
/
1
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1896
Fallecimiento:  
8
/
4
/
1968

Pintora y pionera de la cerámica artística cubana.

Nació en Yaguajay, Santa Clara. A los 19 años se trasladó a La Habana, en la que residió hasta el fin de su vida. De su infancia traía afición por la pintura y, recién llegada a La Habana, matriculó en el curso elemental de dibujo de la Escuela Profesional de Pintura y Escultura de San Alejandro (Academia San Alejandro).

Varios cursos superiores recibidos durante cuatro años en esa institución la acreditaron como pintora académica; esto es, perita en técnica pictórica.

Sus primeras experiencias en salones de exposición nacionales –Salones Anuales de Pintura y Escultura de la Asociación de Pintores y Escultores (APEC), de 1918 a 1926– y una exposición de paisajes con otra pintora -Amelia Peláez y María Pepa Lamarque, APEC, 1924– le ganaron la atención de la crítica por la luminosidad de sus paisajes.

La gran transformación de la joven académica Peláez ocurrió en la década de sus primeros viajes al extranjero. Su «mundividencia» se amplió, de inmediato, con la bolsa de viaje que ganó para estudiar, durante seis meses, en el Art Student League de Nueva York (1924) y con su estancia de siete años –de 1927 a 1934- en París, centro entonces de las artes, desde donde realizó un amplio recorrido por Europa.

Los de París fueron años de intenso estudio en diversas instituciones –Ecôle Nationale Supérieure de Beaux Arts, Grande Chaumière, Ecôle du Louvre– y, sobre todo, en las clases que tomó de 1931 a 1934 con la constructivista rusa Mme. Alexandra Exter. Esto, y su cercanía a las obras de grandes maestros contemporáneos, fueron factores determinantes de su tránsito hacia el arte moderno. Resultantes de esa segunda etapa de formación son las obras exhibidas en dos muestras personales, primero en la Galería Zak de París, en 1933 y, a su regreso a La Habana, en el Lyceum, en 1935.

Por su manera propia de expresión en el nuevo lenguaje conquistó de inmediato un espacio de atención en la vanguardia cubana de artistas plásticos, a través de muestras personales y colectivas, de premios en salones (1935 y 1938) y de murales realizados en centros públicos y privados.

En la cuarta década del siglo se destacaron su primera retrospectiva en la Institución Hispano-Cubana de Cultura (1943), la exhibición de dieciséis obras suyas en la importante exposición El Arte en Cuba, celebrada en la Universidad de La Habana en 1940, y el envío de once obras al Museo de Arte Moderno de Nueva York para Modern Cuban Painters, exposición que dio a conocer en 1942 –como una unidad– a la llamada Escuela de La Habana.

La que, por el prestigio conquistado, todos conocían ya simplemente como Amelia, continuó su carrera con nuevos viajes, múltiples exposiciones personales y colectivas, muestras itinerantes por ciudades de Europa, América Latina y Estados Unidos, premios e importantes murales. En París se nutrió de las conquistas estructurales del cubismo, como se observa en Naturaleza en ocre (1930); en Retrato de mujer trocó la delicadeza de sus paisajes académicos en colores agresivos «a lo fauvista». Otros cuadros suyos de esa época son modiglianescos, y no falta la impronta gris de un Soutine. Al observar los dibujos y bocetos –Naturaleza muerta con frutas (1936)– que como ejercicio realizó, durante tres años, a su regreso de París, comprobamos cuánto se esforzó en lograr, sobre la base de los ismos conocidos y de los estudios realizados particularmente con Alexandra Exter, un lenguaje que la identificara, como ella misma se propusiera a inicios de su trayectoria de artista de avanzada. El mantel blanco (1935) es una obra antológica de ese momento, en la que priorizó la solidez estructural, la simplicidad y la brillantez del color. Poco después la línea negra hizo su aparición en el arte de Amelia, haciéndose cada vez más dominante. El protagonismo de este recurso se muestra ya, perfectamente, en Naturaleza muerta con frutas, de 1941; después, en Las dos hermanas, de 1945, donde ofrece un lenguaje de gran dureza, tanto por el grosor de los contornos negros como por la apariencia de las figuras femeninas. Naturaleza muerta (1946) posee la misma fuerza: una agresiva solución en espiral de áreas rómbicas, ovoides, rectangulares, ocupan toda el área de superficie como si fuera centro de algo mayor.

Su tránsito por la cerámica fue igualmente significativo. El trabajo sobre el volumen la había ejercitado en las estructuras envolventes y armónicas, y si en sus primeros intentos las figuras se ofrecían aisladas, no tardó en encontrar un diseño coherente con la forma de la pieza, enlazando las figuras y creando varios planos continuos de fondo. El porrón azul de peces (1951) es ejemplo de la nueva maestría alcanzada en el breve período -de 1950 a 1953- en que estuvo trabajando en el {ln:Taller de Cerámica de Santiago de las Vegas}. Su prestigio como artista de vanguardia y el nivel de su quehacer ceramista propiciaron que, por primera vez, la cerámica cubana figurara junto a otras manifestaciones en una gran exposición conjunta realizada en 1953 para celebrar la inauguración del edificio del Retiro Odontológico (hoy Edificio Mella de la Universidad de La Habana) y la asignación de un gran mural de losas cerámicas para la fachada del Tribunal de Cuentas (hoy Ministerio del Interior).

Su segunda etapa cerámica, de 1955 hasta aproximadamente 1962, transcurrió en Cerámica Cubana, un taller propio cercano a su casa, en la barriada de La Víbora. Las posibilidades que le ofreció el material importado para su taller le propiciaron la ejecución de una cerámica más variada, fuera por la intensidad de color de los esmaltes –Botella de mujeres con piñas (1960)– o por la búsqueda de la simplicidad –Botella blanca (1958)–, sin perder, por ello, la impronta del lenguaje que la identificó –Plato azul de las dos mujeres (1958). Entre 1957 y 1958 realizó el espléndido mural de teselas del Hotel Habana Hilton (hoy Hotel Habana Libre) que denominó Frutas cubanas, aunque en él, el lugar privilegiado corresponde al distintivo mar pacífico.

Las libertades que se permitió ante el carácter más íntimo de las pequeñas piezas cerámicas suavizaron la dureza de su lenguaje pictórico anterior, haciendo su paleta más clara. El cambio se percibe ya en el cuadro Interior con columnas (1951); y al comparar Las dos hermanas, de 1945, con Mujeres, de 1958, se pone en evidencia una marcada humanización de las figuras y, en general, de la solución pictórica.

Su lenguaje se renovaba orgánicamente, aunque siempre fiel a los significados identitarios de las vanguardias habaneras que ella plasmó, sobre todo, mediante su reformulación de ambientes de interiores, deudores de lo cubano-colonial, donde sintetizó elementos arquitectónicos, mantelerías, muebles y frutas de manera magistral. El tema de los interiores fue recurrente desde que apareció en las obras de los años primeros de su reencuentro con La Habana, hasta el fin de sus días. Muestra de ello son los espléndidos interiores de su última etapa: Naturaleza muerta con mameyes (1959), Naturaleza muerta en azul (1964) y Naturaleza muerta con piña (1967).

Las obras de Amelia exhiben solidez de estructura y fuerza; agresividad a veces y placidez otras, mas nunca complacencia. Ella también legitimó el esplendor del color y de la luminosidad del entorno caribeño, y elementos culturales del ambiente, sin sucumbir al pintoresquismo.

Amelia Peláez llegó a ser una de las figuras que contribuyeron a generar el lenguaje moderno en el siglo XX, por haber injertado sabiamente la técnica de su formación parisina –adquirida en época en que se producía el sincretismo de los ismos- en sus raíces cubanas.

Falleció en 1968. En noviembre del mismo año el Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana inauguró una gran retrospectiva en su memoria, que reunió 163 pinturas y dibujos y además cerámicas, muestras cimeras de sus aportes al arte moderno por su modo personal de decir.

Obra pictórica:
Naturaleza muerta sobre ocre, 1930, óleo/tela, 66 x 51cm, Col. Museo Nacional.

Mujer, 1933, óleo/tela, 57x 44 cm, Col. Museo Nacional.

El mantel blanco, 1935, óleo/tela, 64 x 79.5 cm, Col. Museo Nacional.

Naturaleza muerta con frutas, 1936, boceto, tempera/papel alba, 3.4 x 2.8 cm, Col. Museo Nacional.

Marpacífico (Hibiscos), 1943, óleo sobre lienzo, 45 1/2" x 35", Col. del Museo de Arte de las Américas de la Organización de los Estados Americanos (OEA).

Naturaleza muerta con frutas, 1941, tempera/papel, entelada, 79 x 64 cm, Col. Peláez.

Las dos hermanas, 1945, óleo/tela, 102.5 x 77 cm, Col. Museo Nacional.

Flores, 1949, tempera, 77x 102 cm, Col. Peláez.

Naturaleza muerta, 1949, tempera/papel, 105.5x 89 cm, Col. Museo Nacional.

Interior con columnas, 1951, tempera/cartón, 142 x 99 cm, Col. Museo Nacional.

Porrón azul de peces, 1951, barro rojo con engobe, pintura bajo barniz, alto 35 cm, Col. Peláez, en Museo Nacional de la Cerámica.

Frutas cubanas, 1957-58, mural del Hotel Habana Hilton (hoy Hotel Habana Libre), teselas de pasta vítrea, 670 m2, La Rampa, Vedado, La Habana.

Plato azul de las dos mujeres, 1958, pasta blanca, diámetro 43,5 cm. Col. Museo Nacional de la Cerámica.

Botella blanca, 1958, pasta blanca, alto 58 cm, Col. Peláez.

Botella de mujeres con piñas, 1960, pasta blanca, alto 36 cm, Col. Museo Nacional de la Cerámica.

Mujeres, 1958, óleo/tela, 129.5 x 100 cm, Col. Museo Nacional.

Naturaleza muerta con mameyes, 1959, óleo/tela, 107.5 x 86 cm, Col. Museo Nacional.

Naturaleza muerta en azul, 1964, óleo/tela, 94 x 122 cm, Col. Museo Nacional.

Naturaleza muerta con piña, 1967, óleo/tela, 119 x 91.5 cm, Col. Museo Nacional.