José Antonio
Chávez

José Antonio Chávez
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Granma

Nacido en la ciudad de Holguín, pero adoptado como un hijo excepcional en la Ciudad de los Tinajones, Chávez ha concretado una vida de creación y pedagogía en el Ballet de Camagüey, su casa por más de cuarenta años.

A su compañía dedicó obras de gran fuerza dramática como Ofelia, también de mucho lirismo y puro goce por el movimiento como Vivaldiana, entre una larga lista de títulos que le dieron a la agrupación agramontina piezas propias para un repertorio, que mantiene un estilo, básicamente, de ballet contemporáneo. También aportó los montajes de piezas como Paquita con elementos del más alto academicismo.

Chávez pertenece a una generación de coreógrafos, donde se integraron Francisco Lam y Lázaro Martínez, tres creadores que sostuvieron un repertorio propio y estable, por un buen tiempo para una compañía que se mantuvo contra viento y marea, para continuar un camino de permanencias.

A lo largo de su extensa trayectoria ha sido un colaborador constante de agrupaciones escénicas cubanas. Ayudó a fundar el Ballet de Cámara de Holguín y el Ballet Santiago, en medio de un terreno áspero para el baile clásico. Colaboró con compañías como Codanza, Danza Libre, Babul, Fragmentada, entre muchas otras.

Siempre se recuerda su participación en encuentros como el Solamente Solos o Danza en Construcción, donde impartía las clases de ballet o hacía la acción Todos a la barra, en medio de un parque o en un salón lleno de jóvenes que se contagiaban con su alegría, pero también con su ironía sagaz.

También su deliciosa Mamá Simone en La fille mal gardée del Ballet de Camagüey, personaje que realizó por años, imprimiéndole siempre un toque de comicidad muy particular.
Maestro de varias generaciones de bailarines, Chávez continúa siendo un enamorado de la vida.

Profesor auxiliar de la filial camagüeyana de la Universidad de las Artes, en las asignaturas de composición coreográfica, historia de la danza, teoría de la danza y repertorio desde 1995, Chávez ha sido un gran pedagogo para muchas generaciones de bailarines cubanos.

Con sus casi 78 años, su permanencia en Cuba y en su Camagüey querido ha servido de puente, de hilo conductor entre bailarines y maestros de épocas diversas, ha sido un puntal de conocimientos y de energías para enriquecer la danza de la nación que, en su porfía, sigue bailando.


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