Enrique
Labrador
Ruiz

Enrique Labrador  Ruiz
Nacimiento:  
11
/
5
/
1902
Fallecimiento:  
10
/
11
/
1991

Nació el 11 de mayo de 1902 en Sagua la Grande, provincia de Las Villas, y murió el 10 de noviembre de 1991, en Miami.

De formación autodidacta. Se inició en el periodismo. A los 16 años comienza como corresponsal de periódicos de La Habana en el pueblo de Cruces y en 1919 fue corresponsal de El Sol de Cienfuegos, en donde atendió la sección "Pasavolantas". Según Elio Alba-Buffil "... Al trasladarse El Sol a la capital de la república, el 23 de diciembre de 1923, el joven Labrador que apenas había cumplido los 21 años viajó a La Habana en el tren donde rotativo y personal eran trasladados".

Empieza, a partir de este momento, a colaborar con diarios y revistas de la capital en los que permanecerá a lo largo de su vida. Entre ellos podemos mencionar: (nacionales): Mundial, Chic, Noticias de Arte, Social, Revista Cubana, La Gaceta de Cuba, Espuela de Plata, Orígenes, Bohemia, Habana, Carteles, Gaceta del Caribe, Revista de la Biblioteca Nacional, Alerta, El Debate, Información, Diario de la Marina, Pueblo, El País, Hoy, El Mundo; (extranjeras): Américas (EE.UU.), Atenea (Chile), Babel (Santiago de Chile), Boletín de la Biblioteca Nacional de México, Claridad (Buenos Aires), El Imparcial (Guatemala), Fábula (Argentina), El Mercurio (Santiago de Chile), El Nacional (Caracas), Repertorio Americano (San José, Costa Rica), Revista de la Biblioteca Nacional (San Salvador), Revista de Indias (Bogotá),Universidad de Antioquia (Medellín, Colombia), et. al. Instalado rápidamente en el mundo intelectual de su época, Labrador emprende la cruzada de retar el aletargamiento de las letras cubanas, adocenadas al telurismo. Es así como surgen las que llamó "novelas gaseiformes": El Laberinto de sí mismo (1933), Cresival (1936) y Anteo (1940).

Las "gaseiformes" constituyen el momento rupturista con nuestra tradición relatoria. Es la década en que comienzan a consolidarse las necesidades transgresoras del narrar, con la experimentación de la prosa vanguardista en Alejo Carpentier (Ecue-Yamba-O (1933)) y Lino Novás Calvo (El Negrero (1933)). La "estética personal" de Labrador Ruiz , fuertemente influida por el Modernismo y por la literatura europea e iberoamericana avantgarde, hace de los prólogos a Cresival y Anteo, y de muchos de sus artículos, verdaderos programas de renovación, en donde puntualiza aspectos medulares de la novela moderna. En su trabajo "Notas en torno a una personal estética", publicado en Universidad de Antioquía (No. 44, :615-617, feb-mar, 1944), dice:
"... podría decirles que para crear de esta forma me he apoyado tan sólo en las aristas de una realidad profundamente táctil a mis sentidos; aristas ocultas y vibrátiles, apenas sensibles a la mordedura de una pluma lerda o esquiva, ya que me inclino por lo común hacia lo que ha sido menos fácil de registrarse en un pulso que se gobierna bajo el acicate de lo transitorio, lo huidizo y lo desatado ... Y todo ello en razón de que me es muy caro el mundo que me rodea; que amo ese mundo contradecido y fatalista cuya apretada urdimbre nos envuelve en una perpetua atmósfera de angustia; que soy parte de esa atmósfera, y que estoy siempre en vena de analizar en él hasta aquello más difícil de ser ocultado de su destino colectivo (...)".

En 1937 publica su libro de poemas Grimpolario. En realidad este antecede a sus novelas y de modo original -muy a tono con las experimentaciones formales de la prosa vanguardista- lo presenta en un diálogo de El Laberinto..., de la misma manera que dicho diálogo aparece transcrito en el pórtico de Grimpolario. Este tomo delata en su estructuración un devenir en el mirar; es decir, la trayectoria, el transcurrir de un ensimismamiento sobre lo observado, en la dinámica del "enigma del cotidiano vivir". Mantiene del romanticismo el apego lírico y la ponderación de lo subjetivo, y del naturalismo, impresionismo y las "nuevas sensibilidades" estéticas, la observación en ráfaga que adensa los tonos e implanta lo impermanente, según el develamiento de lados oscuros de una realidad reivindicada en su sordidez existencial -"agonística", según término del autor-por un nuevo canon de lo artístico y lo bello. Grimpolario es centro irradiador de sus temas ficcionales. Es médula, además, de contenidos, como El Laberinto... lo es de experimentaciones en las "maneras de hacer".

En 1950 publica La sangre hambrienta, que le valió el Premio Nacional de novela de la Dirección de Cultura del Ministerio de Educación de Cuba. Aparentemente, en esta obra parece que el autor se desvía de su estilo gaseiforme vinculándose más a las maneras de las llamadas "novelas de la tierra". Sin embargo, lo que Labrador consigue es demostrar la altura humanística de los temas regionales y nacionales tratados con voz y gesto propios, como ya lo había hecho el colombiano Tomás Carrasquilla. Es decir, la mundialización de la tragedia del Hombre de cualquier latitud expresada dentro del contexto lingüístico que enmarca su réplica al discurso de la Cultura, la Nación y la Historia.

Los personajes de Labrador siguen atrapados en el "laberinto" de sus vidas ansiosas, "deseosas"; son las "hambres" las que conectan la entraña de su producción en general, la índole trágica de seres desasidos y marcados por su destino agonístico. Es notable en esta obra -que Carpentier escogiera entre las 10 más importantes cubanas- el tratamiento de la problemática femenina y racial.

El bloque de sus cuentos lo conforman tres libros: Carne de Quimera (1947), Trailer de sueños (1949) y El Gallo en el Espejo (1953). Uno de los baluartes de Enrique Labrador Ruiz en la configuración de sus asuntos es la ambigüedad entre fantasía y realidad. Este aspecto junto con el trabajo lingüístico, engarzado al minucioso conocimiento del idioma y sus capilaridades semánticas, constituyen el gran núcleo de estas historias, en las que el acento de escritor maldito extrema las comisuras del humor, con lo irónico y sarcástico. Las situaciones oníricas, el desdoblamiento del sujeto y su dispersión dentro de una trama de nebulosidades síquicas, el entredicho de la condición humana por el "habla" popular, ese "mundillo fabulante" que cubre con su tegumento envenenado la candidez y la bondad y, finalmente, el "deseo", intensidad de la represión que malabariza con la locura y dialoga, constantemente, con los axiomas de la convención, es hilo conductor de sus ficciones.

Son relevantes en su cuentística: "La Almohada China", "Spondylus Imperialis", "Conejito Ulán" -antologado por antonomasia y premio nacional de cuento "Hernández Catá"-, "Cinqueños", "Tu sombrero", "Reparada", "El Gallo en el Espejo" y "El Viento y la Torre".

Si la impronta Modernista dejó en Labrador empeño por los temas "raros" y la "batalla lingüística", que buscaba en la crónica prontitud, esencia y cierta voluptuosidad lírica en la escritura -"... Rubén movió eso que se llama los fósiles de la poética finisecular. Ese indio puso en solfa a los grandes retóricos que se refocilaban con tiradas aburridoras. Gómez Carrillo, un guatemalteco, la nerviosa crónica; Valle-Inclán, el esperpento, la novelística amorosa. Leía y leía, pero paralelamente a eso hacía mis cosas"-, la vertiente ensayística, también impulsada por este movimiento e intensificada en las vanguardias, fue género que cultivó, dado su carácter hipercrítico en un siglo sorprendido por el desbancamiento del gran aparataje de la Historia, en la cual la unidad de los sucesos es, precisamente, la discontinuidad y la ruptura con toda lógica que induzca la inmovilidad especulativa y estorbe la digresión filosófica. Es decir, como dijera Pedro Aullón del Haro sobre el ensayo y a propósito de Robert Musil y El hombre sin atributos: "... Con él /ensayo/ se intenta dar respuesta no sólo a la crisis del relato y de la novela, sino a la crisis del pensamiento teórico y sistemático, es decir, a la crisis de certezas absolutas de la ciencia y la filosofía que domina el fin-de-siècle...". Con este aspecto nos hemos referido a una especificidad de su discurso narrativo, además, insistimos en el ensayo en su acepción genérica.

De ahí sus libros: Manera de vivir (Pequeño expediente literario) (1941), Papel de fumar (Cenizas de Conversación) (1945), El Pan de los Muertos (1950) y Cartas a la Carte (1991). El primero de ellos resulta un atinado programa de la vanguardia en la novela cubana. En general, es una crítica amarga al entorno cultural y al pauperismo de las letras, encalladas por un falso concepto de lo nacional, de lo autóctono y original. Hay juicios excesivos y de mal gusto, pero el texto es imprescindible como testimonio de la decadencia de los intereses del intelecto en la etapa republicana. Papel de fumar mantiene esta misma línea, aunque restringe sus especulaciones hacia asuntos concretos del saber, sirviéndose del diálogo, reforzador de puntos de vista que desvían el interés conceptual hacia la conjetura.

El Pan de los muertos es un conjunto de crónicas con extraordinario valor artístico. Son semblanzas sobre figuras nacionales e internacionales que llenaron sus reportajes de periodista. En ellas se siente la reivindicación y el respeto por coevos a quienes admiró y fustigó -en algunos casos- con acritud. Es libro imprescindible y hermoso de homenaje a su máxima escuela: el periodismo.

Por último, Cartas a la Carte. Lo llamó "pre-póstumo" y en realidad lo fue. Juana Rosa Pita, excelente poetisa y amiga del escritor, tuvo a su cargo la edición de este texto funámbulo entre la línea de los laberintos. Escrito a manera de cartas -46 en total-, prevalece el ensayo y la narración que saca a flote el doloroso pavor del silencio, de la ausencia; son cartas a cualquier destinatario que quiera escuchar la palabra encarnada en la soledad. Más allá de diatribas y desfogues, percibimos la vibración de lo perdido, la insularidad atrapada en la memoria errática e incierta de todo laberinto.

En el diario La Nación de Caracas, el 24 de febrero de 1978, Labrador, una vez consumado el camino del exilio, escribe Fecha, uno de sus más conmovedores ensayos con el cual queremos cerrar este sucinto bosquejo de quien es uno de los más importantes innovadores de nuestra narrativa:

"Ese país de las maravillas también lo tuve yo. Pero como todas las cosas de mi vida, fragmento, proyecto, logro y tan pronto grumo de nieve entre las manos. Era la cosa sin segundo, la que convenía a todos los sueños y cincuenta años después todavía centellea en cielo opaco, antorcha conturbada. ¡Qué amor! Yo miraba su hábito de mordaz estrella, su perfecta impermanencia, su hálito de larga cauda, el brillo de su cabellera de oro, el logro de todos los amaneceres, coruscando, atando mi paso a su brida y yo, el asaltante de sueños, el que mira hacia alcobas imposibles establecía una contabilidad estelar. ¿A dónde ser mío y de todos, querías llevarme?. Nacida de una costilla etérea, de la costilla de Martí, llegabas a confundirme en los amaneceres de todas partes, en la sombra de todos los días, ante vientos contrarios, bajo nubes de agua turbia, ardiente paz y sobrecargada raíz de locura, por los tránsitos sin fin, hacia los sucesos no acaecidos, fibra de luz, metal brumoso, año ligeramente lunar, trampa de grillos amorosos, los sueños cuajados, los sueños dispersos, otros sueños en despertares de angustia. Patria, Patria. Era el alisio de mi torridez, la ociosidad trashumante, lo quemador de tanto hielo difuso. Te quise a mi modo, entre gritos secretos, mordiscos de ironía, una mano para encontrarte tan lejos, tan lejos de toda esperanza como para sólo hallarte en las cercanías de la muerte. Te vi repudiada entre peñascales de afrentas, bajo nubes de oprobios y el aire verde de mi intacto amor fue a buscarte, a mi modo, gutural, espectral, preguntándome ¿pero es que estoy maldito? Candente, fulgurante, con la arrogancia de un palomo de alero alto, puse mi mano en tu talle y eché a temblar. Bien restringido, abundoso, pensé que Dios me hizo para estas cosas supremas y se me ha roto la presencia petulante. No soy yo quien tomará tu mano pero sí el envés de tu flotante túnica para besarlo en silencio. ¿A qué más? Viajaste por mi enmarañada ternura de león, entre garras de acalorada miel, toda, total, entera, y nunca te puse mano encima, ni dedo, ni mirada, que no suspirase primero. Muchos años después ¿qué veo de tí? Que me sigues esperando ahora que no valgo nada, que no tengo nada, en un territorio de crispada paz, en tu nube maestra, tactilar, y después de todo con un pecho tan frágil como aquel de las madonas traslúcidas. Me rindo, me postro y saco de mi chaqueta algo deslucida lágrimas del que piensa que está maldito, lágrimas que me sorprenden porque sólo son de Dios. Quien al fin está de vuelta de todo, de todo debe tomar ejemplo, eso es.

Vaya niñez de colegial travieso, de poquísimo estudio, a encontrarme y conocerte una vez por todas, niño infeliz. No es día de lloro. Alzo la pluma vagamente, lo que resta de una migaja de reflexión y crispa el aire y su sonido. ¡Qué sonido!. Sordidez de ramillete de luciérnagas enloquecidas. Todos quisieran besar la frente del Maestro -según su juicio- pero todos consuman el incendio de un bosque, lo que resulta más fácil -según su juicio-. Hora de avatares y dilemas tercos. Esfinge, rebaños, y un cuenco de luz para la pobreza del camino. Ver y no ver, alcotarán vidrios voluptuosos, agua quemada, ¿hasta dónde alcanzará la instancia de partir? Adivino este respiro de Caracas; tras él ¿qué?. Lo que de mí fluye téngase en pie en este valle de flor altanera. Sea mi flor Caracas, como lo fue del Grande; mi xenoglosia, mi transparencia, y acoja ella mi alma lacerada por nudos de silencio".

Fuente: CubaLiteraria